Tiempos difíciles, tiempos de cambios, tiempos de adaptación, tiempos de discurrir y tiempos de esperar a que escampe.
Y sean cuales sean estos tiempos, vuelven a bajar las temperaturas y volvemos a recurrir al fuego.
Y me veo delante de un hogar donde hay que prender la leña para que dé calorcito. ¿Y cómo se enciende el fuego?, ¿encontraremos en Youtube algún tutorial que lo muestre? Hoy, tras muchas y duras tormentas, me veo ante una de las tareas más difíciles, utilizar mis propias manos si quiero calentarme. Y me siento desnuda, sola y abrumada ante tal situación. Y entiendo por qué lo rural se ha ido perdiendo, porque es difícil, muy difícil. Y se necesita fuerza, mucha fuerza.
Fuerza para hacer las duras tareas que te permitan ser independiente en un medio donde utilizar tus manos es vital, fuerza para soportar los momentos de soledad, fuerza para convivir y compartir en comunidad, fuerza para no desistir de tus propias ilusiones y construir un futuro.
Pero tenemos una baza, de las que te hacen ganar la partida, nuestra voluntad. Aquella que desde la libertad nos va a permitir ir despejando el camino para transitarlo con agilidad. La que cuando nos vamos a la cama nos recuerda que nunca nos vamos a dormir sin aprender algo y sin un plan al despertar. La que nos permite emprender un proyecto.
Por eso cuando sales a la calle y hablas con una mujer rural y le transmites admiración por ser así de emprendedora te dicen: ¡pero si yo no he hecho nada! Y toca, con mucho gusto, poner en valor toda la voluntad y fuerza que han puesto, y siguen poniendo pese a las arrugas y las canas, en el día a día para construir un proyecto familiar y económico que les ha permitido permanecer en sus pueblos; resiliencia le llamamos ahora. Pues que sepáis, que yo de mayor, quiero ser como vosotras.
Una nueva pobladora.